viernes, 5 de febrero de 2021

Jeny Castañeda: una mujer tan valiente que perdonó

* El periodismo suele dejarnos historias y personas en el corazón. Eso me pasó con Jeny Castañeda: una mujer que ha sufrido los embates del conflicto y de la violencia en el país, pero que me dejó una lección de vida, de perdón y de valentía cuando la conocí, por allá en 2014. Hoy es toda una celebridad y un ejemplo, que apareció en el programa de Pirry, fue nominada al premio Titanes Caracol y ha aparecido en documentales internacionales. Quiero compartir la historia que escribí en Reconciliación Colombia, contando cómo perdonó a los asesinos de su mamá. Su testimonio aún me conmueve, como la primera vez.

La noche del lunes 17 de septiembre de 2001, varios miembros de las Autodefensas Campesinas del Magdalena Medio sorprendieron a Damary Mejía, una de las líderes sociales más reconocidas de Puerto Triunfo, un municipio del Magdalena Medio antioqueño, en medio de una de sus tareas comunitarias.

Entraron a un terreno de la Hacienda Nápoles -la antigua finca de Pablo Escobar, ubicada en el corregimiento de Doradal-, en donde ella lideraba la invasión de un grupo de 60 personas que no tenían vivienda, la buscaron con linternas entre las carpas y la asesinaron mientras dormía, a las 11 y 45 de la noche.
 
Un día antes, Damary había sorprendido a Jeny Castañeda, su hija de 20 años, quien vivía con sus abuelos en el centro del pueblo, con una foto suya. “Esto es para que nunca se olvide de mí”, le había dicho, como si presintiera que algo iba a pasar.

Fue una despedida que a Jeny se le quedó grabada en la mente y que le martillaba la cabeza los días que siguieron al asesinato de su mamá. Días que estuvieron llenos de tristeza y de rabia porque al dolor provocado por la tragedia se le sumó una avalancha de contrariedades. Para empezar, aunque ella ya estaba casada y tenía un hijo recién nacido, tuvo que empezar a encargarse de sus dos hermanos menores. Y luego, su abuelo sufrió una trombosis por pura “pena moral”, que requirió un costoso tratamiento.

Para pagarlo, ella y su familia vendieron todas las tierras y el ganado que tenían, pero no fue suficiente: siete años después, el abuelo también murió.

“Yo no entendía por qué nos habían causado tanto daño. Sentía que era injusto, me movía el odio y solo pensaba en vengarme”, recuerda. Ese sentimiento la impulsó a volverse vocera, y con el tiempo líder, de las víctimas de Puerto Triunfo, un municipio azotado por la violencia de Ramón Isaza, ‘patriarca’ del paramilitarismo que en 1978 fundó las Autodefensas Campesinas del Magdalena Medio, y que en los años noventa comandaba cinco frentes y 989 hombres que se movían con libertad por esa región del país.

Cuando el grupo de Isaza se desmovilizó en 2006 y entró a hacer parte del proceso de Justicia y Paz, Jeny asistió a las audiencias para encararlo. Allí el excomandante reconoció que sus hombres habían asesinado a Damary, pero dijo que había sido un error “contra una líder de las buenas”. Incluso intentó pedirle perdón, pero ella, llena de rabia, lo encaró y lo llamó sanguijuela, le dijo que no fuera cobarde y le pidió que la mirara a la cara. “A quien tiene que pedirle perdón es a Dios”, le reclamó.

La vida, sin embargo, no le daba tregua a Jeny, que seguía sufriendo tragedias. En la misma época del enfrentamiento con Isaza se enteró de que tenía cáncer de tiroides. La noticia la desmoralizó tanto que estuvo a punto de morir, pero los médicos le salvaron la vida.

Volver a empezar


A mediados de 2013, cuando la salud de Jeny mejoraba poco a poco, el padre José Hernán, párroco de la iglesia de las Mercedes, un corregimiento de Puerto Triunfo, comenzó a visitarla y entre charla y charla le dijo que tenía que cambiar su corazón de piedra, porque tal vez todo lo que le pasaba se debía al odio y las ganas de venganza. Él comenzó a llevarla a charlas, a misas de sanación y se convirtió en su consejero de cabecera.

Pero el 17 de septiembre de 2013 -12 años exactos después de la muerte de su madre- Jeny recibió la mayor lección: esa noche, hospitalizada en el San Vicente de Paúl de Medellín por un tratamiento de yodoterapia, soñó con su mamá. En el sueño, Damary le dijo que Ramón Isaza la mandaría a buscar. “Tienes que perdonarlo”, recuerda Jeny que le dijo. “Y necesito que le digas que esté tranquilo, que yo ya lo perdoné”.

Despertó sorprendida y les contó el sueño al padre José Hernán y a su abuela, Estela García. El lunes siguiente, exparamilitares del bloque del Magdalena Medio visitaron Puerto Triunfo con la Fiscalía para identificar fosas comunes, y una de las mujeres de Ramón Isaza buscó a Jeny y le dijo que él quería hablar con ella. Dudó, sintió rabia y al final, decidió que iba a ir a verlo, pero para “descargarse toda la rabia”.

Él, sin embargo, comenzó a hablar: le dijo que la admiraba por la forma en la que lo había encarado en las audiencias, lloró, le pidió perdón y le contó que todos los días a las cuatro de la mañana rezaba un rosario para que ella se recuperara (se había enterado de su estado de salud) y pudiera perdonarlo. “También oro por su mamá y le pido perdón”, le dijo.

En ese momento, como si fuera un mensaje divino, el padre José Hernán entró a la celda. “Me preguntó si ya había hecho lo que mi mamá me había pedido y, conmovida, le conté a Ramón Isaza el sueño que había tenido con mi mamá, lo abracé y lo perdoné de corazón”.

Pero ese fue solo el inicio de su proceso. En noviembre de 2013 entró a la cárcel La Picota de Bogotá y en un acto privado, realizado en la capilla de la cárcel, enfrentó a todos los cabecillas de las Autodefensas Campesinas del Magdalena Medio. Los miró a la cara a todos, les contó cómo habían dañado su vida y cómo los había odiado, y luego les pidió perdón por haberlos querido matar. Al final les dijo que los perdonaba y a cada uno le regaló un rosario.

El acto conmovió a la mayoría de los excombatientes. Uno de ellos le regaló una hamaca y otro una oración que Jeny aún guarda en su casa. Incluso el hombre que disparó contra su madre se levantó y terminó pidiéndole perdón en medio del llanto. “En ese momento no lo hice, no fui capaz, pero hoy siento que ya lo perdoné”, cuenta Jeny.

A partir de ese día, ella y sus antiguos victimarios comenzaron a trabajar juntos para establecer la verdad de muchos desaparecidos. El 7 de enero de 2014, por ejemplo, logró llevarlos a Puerto Triunfo, y en un acto celebrado con las víctimas del municipio, reconocieron algunos crímenes, pidieron perdón y les aseguraron a los asistentes que nunca volverían a hacerles daño.

El 9 de abril de 2014, solo unos meses después, cientos de esas víctimas marcharon en Doradal para recordar a sus seres queridos. Allí estaba Jeny -quien ahora hace parte de la mesa municipal de víctimas- con su familia. La foto que su madre le dio un día antes de morir estaba estampada en sus camisetas junto con el mensaje “vivirás por siempre”. 

Ese día, a pesar del llanto, Jeny también sonrió.







1 comentario:

  1. Una excelente experiencia de amor y perdón que vale la pena tener como faro de reconciliación en este país tan azotado por la violencia.

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