martes, 5 de febrero de 2013

La inocencia y el amor, una mirada refrescante



Moonrise Kingdom (Un reino bajo la luna), última película de Wes Anderson, nominada al Oscar por mejor libreto original, es un espectáculo visual y narrativo de 94 minutos que deja una sensación de felicidad y satisfacción en el espectador, y que recuerda que la vida es mucho más fácil si se ve con los zapatos de la infancia. 

Los protagonistas son Sam y Suzy, dos niños que se enamoran y escapan de sus casas para vivir una aventura, mientras un grupo disfuncional de adultos y niños scout va en su búsqueda. La película está ambientada en una isla de Nueva Inglaterra que en 1965 enfrentó una tormenta que destruyó parte de las viviendas, pero la historia transcurre unos días antes del suceso. 


En síntesis, esta es una película de amor, pero no de ese amor pasional y dramático que abunda en la mayoría de libretos de Hollywood; el argumento está impregnado del amor de infancia, ese sentimiento inocente y puro que todos recordamos con nostalgia, y que está exento de las complicaciones y problemas que traen consigo las relaciones desde la adolescencia. 

Toda la película, de hecho, está contada desde ese punto de vista infantil que todo lo ve fácil, claro e inocente, más no con ingenuidad, pues en la trama se cruzan algunas historias de los adultos que muestran la infidelidad, los problemas conyugales, la falta de autoridad y los destrozos de la tormenta; sin embargo, no existen dramas y el conjunto de música, fotografía y colores (vivos y alegres) ayuda a que no se pierda la mirada inocente y sin complejidades. 

La perspectiva infantil también hace que los personajes menores - que parecen los adultos de la historia - se vean más seguros de sí mismos y sus acciones que los personajes mayores - que parecen los niños -. Entre los adultos se encuentran dos padres de familia que no saben controlar a sus hijos, un jefe de exploradores inseguro y sin autoridad, y un policía que no sabe muy bien que hacer en situaciones complejas.

Los dos protagonistas son niños con problemas graves para su edad; la niña tiene propensión a la agresividad y la depresión, el niño es huérfano y tiende a caerle mal a las personas, pero cuando están juntos todo eso se olvida: se complementan perfectamente, ella va con sus libros y unos binoculares que utiliza para sentir que tiene un poder mágico y él con sus artículos de explorador y un gorro de piel. 
Ambos quieren vivir aventuras y ella lo sigue, sin protestar, por los senderos y rutas que él escoge. Entre los dos crean su propio mundo, bailan, juegan y son felices.

Wes Anderson va guiando la historia con un ritmo rápido y dinámico. En algunas escenas aparece un personaje narrador que hace parte de la trama (no es una voz en off) para contextualizar a los espectadores hablándoles directamente. El uso, varias veces, de planos frontales y de una cámara que se mueve como si estuviera pegada a una pared y ve todo lo que pasa de izquierda a derecha o de arriba abajo, ayuda a entender entornos y situaciones - como en la primera secuencia de la película -. 

Todo, sin embargo, parece acabarse muy rápido, y ese es el principal problema de la película, porque las pocas historias secundarias quedan en veremos y el giro que da la trama principal parece no cerrar completamente el círculo. Pero el conjunto de la historia (visual y narrativa) es refrescante y nos recuerda las épocas de sueños que se hacían realidad y mundos propios y mágicos en los que todo parecía funcionar perfectamente. 

La película, que recomiendo completamente, la pueden ver aquí  o en Cinemania (Bogotá - Colombia).

Les dejo el trailer para el que quiera echarle un vistazo:

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