viernes, 17 de agosto de 2012

Amor, honor y libertad: amor en medio de la resistencia


Debo confesar que tengo una debilidad por las películas históricas, sobretodo si están basadas en esos personajes que en los últimos años han luchado por la libertad y la democracia sin usar la violencia. La historia de Mandela luego de salir de prisión o la de Mahatma Ghandi serán siempre relatos excelentes para cualquier persona que tenga esperanza en un futuro mejor.

Las películas generalmente tratan sobre la lucha entre el bien y el mal, pero cuando el bueno es personificado por una persona común y corriente que no tiene más armas que su determinación y valentía, el publico definitivamente se conmueve y se mete en la trama. Ahora, si el personaje es real y conocido, y si ganó un premio Nobel de paz en 1991, el interés está asegurado.


Birmania, país que duró en dictadura militar desde 1964 hasta el año pasado, tiene uno de los mayores registros de violaciones a los derechos humanos. Aung San Suu Kyi se convirtió desde la decada de los 90 en el símbolo de esperanza para el pueblo birmano y el mundo entero; duró privada de su libertad casi 15 años y fue de las primeras en ganar la máxima distinción por la paz estando encerrada por sus captores. 

Pero esta no es sólo una historia de su valiente lucha, es sobretodo una historia de amor. Ella, casada con Michael Aris (David Thewlis), profesor ingles de historia, lo amará siempre y a pesar de todo. Ambos continuarán juntos (así no sea físicamente) sin importar las estrategías de la junta militar para separarlos o de evitar que se vean. Él, por su parte, luchará con ella a la distancia, mientras ve impotente como su destino los va alejando de la pacífica vida que tenían.

Esa es la historia que Luc Besson, director de clásicos como Juana de Arco o El Quinto Elemento, quiere contar; la historia de amor entre la líder de la resistencia birmana y su esposo, de quien se ve obligada a separarse para poder luchar por la libertad de su pueblo. 

El relato es el de un ama de casa normal y corriente, que vive en Inglaterra con su esposo y sus dos hijos y que tiene el gran peso de ser la hija del rey de Birmania que fue derrocado por la junta militar, que vuelve a su país para velar la enfermedad de su madre, y termina convertida en esa líder que es capaz de cambiarlo todo, o al menos de convertirse en la esperanza de que todo puede cambiar.

La historia se mueve entre la esperanza y la desesperanza; entre elecciones ganadas, pero no reconocidas y encuentros familiares que terminan acabando. Todo va relativamente bien hasta que ella se entera a la distancia de una enfermedad terminal que le diagnostican a  su esposo; cuando se da cuenta de que no puede devolverse a Inglaterra sin correr el riesgo de que luego le prohiban volver a entrar a Birmania. Es en ese punto, cuando el dilema entre su familia y su país se hace más fuerte, en el que la película empieza a bajar de intensidad.

Porque luego de un comienzo y un relato excelentes, la fluidez se va perdiendo al pasar las horas (132 minutos de película), tanto que cuando va llegando el final se ha extraviado la consistencia. Al final, como de la nada, sin ninguna coherencia aparente con la historia, veremos unas escenas de monjes peliando y protestando en las calles que nos traerán a la memoria noticias que muy seguramente vimos en la televisión en el 2007 y que habíamos olvidado.

La película termina sin concluir que pasó con la junta militar y con el destino de aquel país. Se hace necesario que el que no conozca la historia real llegue a buscar en internet como acabó todo. Porque no concluyen las historias paralelas, ni siquiera la de los antagonistas. Todo queda en un stand by.  

No se dice, ni en los creditos al final de la película, como las manifestaciones de monjes en el 2007 movieron los cimientos del país asiatico. Tampoco muestra como la nobel de paz es apresada nuevamente en el 2003 y liberada finalmente en el 2010, ni como el gobierno entra en una falsa democracia en el 2011 con unas elecciones no muy honestas, en las que no le permitieron participar a Aung San, y en las que ganó el partido apoyado por la junta militar.

Pero vale la pena verla. Lo vale para recordar que vivimos en un mundo lleno de maldad y de dictaduras cínicas que injustamente tienen presos a miles de personas.  Lo vale para tener claro que aunque algunas de ellas son galardonadas con premios o portadas de revistas, su lucha la hacen siempre en soledad. 

Saldrán de la sala de cine seguros de que el mundo entero es incapaz de usar sus organismos y su diplomacia para detener las atrocidades de los cínicos, pero con la convicción de que el amor está por encima de todo, aunque no sea como en los clásicos cuentos de hadas. Está historia está basada en la vida real, y en la vida real no existe nunca el felices para siempre. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario